CUENTO DE NAVIDAD (II):”El Fantasma de las Navidades Pasadas”

«El problema es que para sentir lo que tú sientes con cualquier película, hay que ser tú. Muchas veces creo que, desde pequeños, añoramos las vidas de otros, y en todo este tiempo no hemos hecho nada con las nuestras, intentando buscar recuerdos parecidos a historias vistas o leídas y convirtiéndolos en propios. En Navidades, cuando éramos niños, nos aburríamos; pero luego empezó a haber bebida, y vivíamos de los recuerdos de nuestros abuelos y de nuestros padres, haciéndolos nuestros: Llenamos nuestras vidas con las suyas, y ahora que han muerto o no les pasa nada tenemos un vacío que sólo podemos llenar nosotros. Hablar de pasado glorioso y presente penoso es demasiado fácil, sólo sirve para epatar, igual que descubrir a la gente pelis o libros. Ya me he cansado de hablar de John Wayne: Quiero ser John Wayne; y quizá nunca lo consiga, pero lo daré todo en el intento. Mientras tanto está Messi, y el partido inaugural contra Holanda… Siempre Flandes.»

-Mail de mi hermano. Hace cinco días. Imaginad por qué.

No, las Navidades no siempre fueron un despropósito, claro.

Entre la infancia y la madurez, en las reuniones familiares, nuestro abuelo Narciso nos hablaba de las películas de John Wayne (Aunque, en realidad, se refería a las de John Ford, ésas eran las que le gustaban), porque mi abuelo no es que quisiera ser, es que SE SENTÍA John Wayne (De ahí la tontuna melancólica de mi hermano); nuestra abuela fantaseaba, por su parte, con ser Esther Williams (Carmen era preciosa, y de las pocas navarras que nadaba a braza) y nos hablaba maravillas de su padre, el primer pianista del “Cinema-Teatro Bretón” (En la época del mudo, claro, que en mi Capital de Provincias duró hasta pasada la posguerra). Sonaba Gardel y Concha Piquer porque nos daba la gana a mi hermano y a mí, porque sabíamos que a mi abuelo le encantaba, y para mi padre poníamos lo poquito que había de Miguel de Molina (Al que se rumorea que, mi otro abuelo, su padre, el facha que perdió un título nobiliario a las cartas, le dio el chivatazo para que se largara “caminito de ultramar”)

En mi familia no se hablaba de cine: Era simplemente una parte más de la vida, como el fútbol, la música, o cenar “Piamontino Italiano”; Trucha, en realidad: Mi madre sabía que me gustaba lo exótico…

… Como la bailarina de Degás del salón, o la obsesión de mi tío Pepe con que leyéramos a Kafka antes de la pubertad, el cine estuvo en mi vida desde que recuerdo: En el estreno en TVE de «El Sur», mi perro Sito ladró por primera vez. Vivió catorce años y fue un hijoputa, y fue feliz… Mis padres no me dejaron ver “La lozana andaluza” porque tenía dos rombos y yo cinco años; nunca olvidaré cuando “El UHF” puso “La parada de los monstruos (Freaks)” a la una de la mañana. Qué miedo, coño. No recuerdo mi edad, pero ya era mayorcito, y volví a mearme en la cama, y a tener que dormir con mis padres un mes…
… Y cuando fuimos a Almería al ya destruido escenario del “Far West”, e hicimos el gilipollas durante todo el día en los sitios donde A lo mejor se habían rodado las pelis de Terence Hill y Bud Spencer con las que tanto se reían todos (Yo no tanto, en fin…), pero aquella mañana de Agosto nos lo pasamos que te cagas. Sí, hermano, tuvimos infancia. Y mucha.

Porque los Spaghetti-Western cutres los veíamos en el cine de Oyón (Álava), donde íbamos los domingos a las sesiones dobles con palomiteros y cigarreras rondando, euforia alcohólico-vermouthista en el gallinero, y de los que sólo recuerdo una película que me gustara de verdad: “E.T., el Extraterrestre” (Un año después de su estreno). Después íbamos a ver al Logroñés subir a Segunda, luego a Primera, descender, hundirse, y, como todo, desaparecer.

Contrariamente a lo que opina mi hermano, tuvimos una infancia divertidísima. Al menos, yo sí. Porque vivimos mucho, y la vaca Manola, a la que íbamos a dar de comer pan todas las tardes, nos reconocía, y venía hacia nosotros; y mi padre por las noches inventaba historias, casi Sagas, a lo largo de años (Estoy hablando de DIEZ años) sobre un personaje llamado “Traga-Tornillos” con el que éramos incapaces de dormirnos cada noche, porque nos partíamos de risa, y mi madre hacía de mala pero nos idolatraba, como los pequeños geniecillos que creía que éramos, destrozados después por el alcohol y el mundo real.

Quizá por éso las Navidades fueron tan gloriosas mientras vivíamos todos, porque, joder, éramos felices, y, por mucho que diga él, por mucho que te obceques, hermano, no se puede renegar del pasado.

De hecho, cada vez que veo una película muda, pienso: «¿Interpretaría ésta partitura mi bisabuelo?»- O cada vez que veo un Western me pregunto: «¿Lo llegaría a ver mi abuelo Narciso?» Seguro que sí. Seguro.

Lo imaginado es mucho más bonito que la verdad absoluta, definitivamente.

Porque puede que nada de lo que os haya escrito aquí sea cierto, también.

Aunque algún día os hablaré del pollo Guillermo, que cuando creció anunciaba el alba y nos despertaba a todos a las seis. O de la pescadilla que dejó mi tía abuela Adela a deber en la Plaza de Abastos a nombre de mi otra tía, Marina (Veinte años sin hablarse por este incidente). O de mis dos tíos llamados Gregorio Ezquerro Ezquerro, como su padre, un hombre que obviamente se tenía en alta estima (Y estaba como una cabra). O de la primera vez que vimos “Amarcord”.

Perdonad que me desarme un poco, esta vez de la risa.

Felices Fiestas, otra vez.

carta 2

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