CUENTO DE NAVIDAD (I):”El Espíritu de las Navidades Presentes”

Felices Fiestas, casi, ya.
La cuestión es que esta historia es urgente, esta historia empieza cuando la vida sólo es tristeza y ya me queda poco que vomitar en este mundo. Y en este blog. (No lo dejo, es solo que me niego a seguir contándoos mi vida.)
Son las navidades de hoy.

Hace cinco años que mi hermano dejó la bebida y volvió a casa. Desde entonces, aunque no necesariamente por ésta causa, todo es una mierda en estas fechas (y en general, casi siempre). Vamos a su casa en un pueblo de mierda, la casa de mi hermano. Cenamos una cena de mierda. Mi padre mira los especiales de Raphael, mi cuñada los langostinos, mi madre se dedica a cambiar cosas de sitio y yo me muero de melancolía.
Porque fuimos una familia antes del alcohol, y esto no puede ser justo.
Ahora que las noches son largas y los días no cuentan para vivir, que los meses son estados de ánimo y las fechas señaladas con rojo en el calendario solo significan dolor, ahora, te escribo esta carta de amor, cine.

Porque, por ejemplo, hace exactamente 25 nocheviejas vi por primera vez “2001, una odisea en el espacio”- Puta obra maestra enloquecida; otro año me negué incluso a cenar y apagué el móvil a las once de la noche del 31 y me enchufé “The Queen”. En 2012, el “Narciso Negro” de Powell y Pressburger: Esto han sido mis últimas navidades.
La idea ahora es esconderme. No salgo por la noche desde hace diez años.
Y ya casi no bebo, apenas ceno, no salgo en navidad.
En realidad, prácticamente nunca.
Nada es más triste que cuando todo deja de tener importancia o significado alguno para ti.
Ésto pasa mientras la gente lleva pelucas estúpidas y gorros de alce por las calles, emborrachándose hasta la repugnancia y gastándose en cada ronda un dinero que luego echarán en falta el lunes (En el fondo, no me lo monto tan mal)

No sé si os he contado alguna vez que hace seis años tuve que volver a casa de mi madre y encerrarme para dejar el alcohol. Mi hermano (Pobres padres) hizo algo parecido, él incluso se alejó y alojó en el monte para olvidar la bebida. Y se trajo un souvenir del centro de desintoxicación: La que ahora es su mujer. Antes novia. Siempre «Buena Chica». La mujer que, de momento, por salvarse ella, le salvó a él.
A mí me salvó el cine. Tal cual.
Pero sí: Ocasionalmente sufro fases de locura, estupidez o alcoholismo (generalmente todo junto), y no estoy seguro de haberlas superado hasta que vuelvo a apreciar una buena peli. Los Noviembres, por ejemplo, son infames, no me preguntéis por qué, y mis intentos de regreso al mundo real acaban siendo espantosos; pero hasta que no me vuelve a emocionar “Gente en sitios”, “El Luchador”, “La Ronda” o “Larga jornada hacia la noche”, no estoy seguro de estar curado (es un decir). Con “Madrid, 1987” y “Cuentos de Tokio” os acabo de contar mis últimas siete redenciones; antes solo bebía.

Y entonces llega la navidad.

Cuando todavía ni he tenido tiempo ni de pedir perdón a todo el mundo por cosas que no recuerdo haber hecho, cuando lo único que me apetece es zamparme más y más DVDs de lo que sea, se acaba el año, la gente hace listas de cosas, propósitos para el futuro, y mi madre llora por todos nuestros muertos, que, lógicamente, cada vez son más, humanos y perros. A veces me da por abrazarla. Pero después de cenas tan deprimentes como las que os he contado antes, generalmente lo que quiero es largarme: Como consecuencia de la abstinencia alcohólica de mi hermano, unida de la de su mujer, en las cenas familiares no se bebe. Y aparentemente, tampoco se puede gastar ningún tipo de bromas, ni hacer, en definitiva, nada. Así que yo solo pienso en huir, en que película me podrá hacer olvidar, en resumen: En cómo empezar bien el año.
Estoy empezando a pensar que mi reloj tenía que haberse detenido en Febrero de 2006, antes de que todo se fuera a la mierda.
O que, al menos, mi historia fuera digna de contar.
Porque sé que nada de ésto tiene ningún interés.
Preferiría algo así: