‘Victoria’: Un plano de cine que nos da la vida

Creo que muchos aficionados al séptimo arte coincidirán conmigo en que hay dos escalas para medir las películas que nos gustan: las que consideramos estupendas y que quizá conservamos en nuestra colección particular sin gastarlas demasiado y las que no nos parecen tan buenas, pero vemos una y otra vez, como placeres culpables. Por ejemplo, yo considero a ‘2001: Una odisea en el espacio’ como una obra maestra indiscutible, de las que cuando las ves sientes que te transportan a otro mundo, a la pura esencia de ese universo mágico que es el cine. Sin embargo, entera no la he visto más de cuatro veces, algo que no puedo decir de otras que no llegan a su nivel de calidad (en algunos casos admito que el nivel que tienen no es bajo, sino subterráneo) pero que me he echado a los ojos varias veces más. Así como hay gente que se pone películas para tener ruido de fondo mientras hace labores del hogar o para coger el sueño antes de dormir, yo necesito de vez en cuando ver alguna comedia tontorrona o alguna producción romanticona para mejorar el estado de ánimo en los días grises. Y esto me recuerda a lo que siempre decía Carlos Pumares (uno de los primeros culpables de mi cinefilia) en su programa de radio Polvo de estrellas, que cuando llegaba a su casa después del trabajo lo que le apetecía era ver una película de Jean-Claude Van Damme y no una de Woody Allen. Porque hay producciones que se ven sin esfuerzo, por convencionales y previsibles, y otras que requieren de un mayor compromiso por parte del espectador, aunque lo devuelven con creces. Y una de estas últimas es ‘Victoria’.

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‘Victoria’ es el cuarto largometraje del alemán Sebastian Schipper, también actor en cintas como ‘Corre Lola, corre’ o ‘3’ y ha sido realizada en plano secuencia puro, sin cortes más o menos disimulados como en ‘La soga’ o la más reciente ‘Birdman’. Schipper sigue la estela de lo que han hecho Alexander Sokurov en ‘El arca rusa’ o Joaquín Oristrell en ‘Hablar’ a la hora de mostrar la aventura de una joven española (Laia Costa) que se junta con un grupo de alemanes, liderados por Sonne (Frederick Lau) en la noche berlinesa y cómo en ese breve periodo de tiempo le suceden cosas que darán un giro total a su vida.

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Victoria (Laia Costa), Sonne (Frederick Lau) y Boxer (Franz Rogowski)

‘Victoria’ es una película que sabe crear sensación de agobio a pesar de desarrollar buena parte de su metraje en las calles semivacías del Berlín de madrugada. El agobio de verse arrastrado a la aventura en tiempo real de esa gente desconocida, a lo que contribuye esa cámara que parece decidida a no perderse nada y que convierte al espectador en un testigo que acompaña, silenciosamente y sin actuar, a los jóvenes protagonistas. No hay flashbacks ni explicaciones forzadas que nos hagan saber más de ellos, salvo las confesiones que deciden contarse dentro del nivel de las conversaciones que pueden mantener unas personas que han bebido más de la cuenta. Victoria es la más explícita mientras que de los chicos no sabemos ni sus nombres, solo sus apodos y que uno de ellos pasó por la cárcel. A partir de ahí tenemos que imaginarnos de dónde han salido y cuáles son sus circunstancias, esas que para Ortega y Gasset determinan quién es la persona y que, en esos chavales, no parecen ser demasiado buenas. Ella y ellos son personas que posiblemente no se habrían relacionado en otro contexto, pero a las que las circunstancias han unido con esos curiosos vínculos que establecemos con los extraños, con los que tantas veces somos más sinceros que con los que tenemos cerca.

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Sonne (Frederick Lau) y Victoria (Laia Costa)

La película se beneficia del buen hacer de la barcelonesa Laia Costa, vista en series como ‘Pulseras rojas’ o ‘Carlos, Rey Emperador’ y que ha tenido que revelarse como actriz de cine en una producción alemana, siendo incluso galardonada por su labor en los premios del cine germano, en los que ‘Victoria’ fue la gran triunfadora. Costa es esa Victoria que tendrá que pasar por una serie de peripecias no del todo recomendables para poder experimentar algo parecido a la sensación que indica su nombre. Porque Victoria ha dedicado buena parte de su vida a formarse como pianista, ensayando durante horas todos los días a lo largo de los años, para que finalmente la dijeran que eso no era lo suyo. Ahora, como tantos otros jóvenes españoles, está en Berlín y trabaja en una cafetería, comunicándose en inglés porque no conoce el alemán ni a nadie de aquel país. Por eso la encontramos al principio de la película bailando sola en una discoteca y a medida que sabemos más de ella entendemos por qué ha decidido seguir los pasos de esos jóvenes de aspecto no muy prometedor que le instan a que vaya con ellos a seguir la juerga en lugar de ir a acostarse. Al principio puede parecernos un poco inocente e imprudente, hasta que nos damos cuenta de que ellos son para ella la promesa de salirse de la rutina ya conocida, donde cada día es igual que el anterior.

La noche no será precisamente tranquila para Victoria y sus nuevos amigos

‘Victoria’ no es una película hermética ya que en todo momento entendemos lo que está pasando pero, al final, uno termina tan exhausto como sus personajes. Confundido por lo que acaba de ver y por la fisicidad y la tensión que Schipper sabe mantener en todo momento, incluso en los aparentes tiempos muertos. Y es que Victoria ya no es la misma del principio y, mientras muchos otros dormían sin enterarse de nada, ha pasado en algo más de dos horas por una serie de ritos que la han hecho redescubrirse como persona y quizá sentirse más viva de lo que nunca había estado. El filme puede ser leído como una metáfora de la juventud europea de nuestros días, un thriller (que algunos no han tenido problema en destripar), una historia de amor y amistad o un relato sobre la iniciación a la vida de una Alicia que decide entrar en la madriguera del conejo. Pero eso, al igual que sus circunstancias previas, lo tendremos que deducir nosotros. Porque ‘Victoria’ se eleva por encima de su premisa argumental para brindarnos una de esas películas que te dejan pensativo y que una vez vistas dan lugar a ricos debates. De las que quizá no veamos más allá de un puñado de veces por la entrega que nos piden, pero que no por ello dejan de ser lecciones de lo que es el cine y de la capacidad que tiene para crear historias que, sin conocernos, saben hablarnos de lo que nos pasa.

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Victoria (Laia Costa)